sábado, 9 de agosto de 2014

ACERCA DEL AMOR VENCIENDO AL ODIO


Todos y cada uno de los llamados "nietos recuperados" demuestran la inexistencia de genocidio en el transcurso de los años de plomo: es un hecho comprobado que los nazis no se preocupaban por salvar de la muerte a los bebés judíos, ni los turcos a los hijos de los armenios, ni los hutus a los niños tutsis. 

Un refugiado ruandés, con el cadáver de su hijo,
muerto durante el genocidio, en julio de 1994.

En esta Argentina de la cobardía intelectual generada por el progresismo pero acentuada y consolidada por el kirchnerismo, pensar sin acotarse a los estrechos márgenes del relato está muy mal visto, por eso mismo es necesario desafiar esos falsos limites y plantear que, antes que ser un crimen aberrante, la apropiación de esas criaturas fue un rasgo humanitario por parte de la represión. Una vez que se dispuso responder a la agresión terrorista desde la ilegalidad, donde la desaparición de personas era parte de la técnica de combate empleada para mantener la incertidumbre en las filas enemigas, tomar la decisión de no matar a los bebés imponía la supresión de las identidades como medida de protección desde que entregarlos a familiares estaba descartado. 

Lo enrevesado del asunto puede parecer grotesco analizado a la distancia, pero totalmente congruente con la realidad de aquel momento. Más aún, en el contexto de terroristas de un lado, capaces de hacer que una chica cambie de colegio para fingirse amiga de otra ganando su confianza hasta ser invitada a la casa de ella para poner una bomba bajo la cama de sus padres, y de terroristas del otro, capaces de arrojar prisioneros con vida desde un avión, en medio de tanta criminalidad delirante para mal de todos, hacerse cargo de la vida de los hijos del enemigo resulta meritorio, casi heroico. El capítulo necesario y más importante del amor venciendo al odio.

Matar resultaba entonces la opción más sencilla, en especial porque no les importaban a los guerrilleros los hijos de los demás. Sobra evidencia para afirmar que los guerrilleros, esbirros de la dictadura castrista, actuaban desde el odio generando odio. Por caso los balazos del ERP asesinando al Capitán Humberto Viola e impactando en sus dos hijas matando también a María Cristina de tres años e hiriendo a María Fernanda de cinco años (1975), igual que los disparos de Montoneros sobre el hijo del operario metalúrgico Clotildo Barrios, Juan Eduardo de tres años (1977), muerto al ser alcanzado por una ráfaga de ametralladora disparada por los asesinos del policía Herculiano Ojeda. 


Esas muertes, como la de Paula Lambuschini de 15 años (1978), demuestran que el desprecio por la vida del otro no era patrimonio exclusivo de los militares, como pretende el relato K, sino la compartida convicción de todos los grupos combatientes de la guerra sucia, guerra revolucionaria, guerra antisubversiva, o como quiera llamarse; pero guerra al fin. Además, los guerrilleros que no tenían pruritos a la hora de matar los hijos de otros, también usaban como escudos o camouflage a sus propios hijos: cuando Paco Urondo es enviado por Montoneros a Mendoza, fue neutralizado por las fuerzas argentinas en el momento que acudía a una cita operativa llevando a su mujer y su hija en el interior de su auto.

En estos días asiste el país a la comprensible alegría de Estela de Carlotto, más allá de su accionar político una abuela que tardíamente conoce a su nieto. Y ese es, sin duda, otro capítulo del amor venciendo al odio. Si fuera honesta debería agradecer que alguien tuvo el valor, en medio de una época criminal, de plantear y lograr que los hijos de los terroristas llegaran a nacer. 


Pudo ganarse tiempo eligiendo la verdad antes que la revancha, como hizo Sudáfrica sobre un pasado todavía peor, pero se optó aquí por una persecución judicial que, basada en el criterio de la memoria selectiva, arroja toda la culpa sobre unos pretendiendo eximir a otros, el resultado es que la verdad se ha demorado en algunos casos, se demorará más en otros y posiblemente no aflore nunca en los demás.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López 







¿Qué es la Derecha?

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La Derecha, soy yo.

Ariel Corbat

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